Cómo aceptar el fracaso cuando eres emprendedor
Se abre el telón y aparece un emprendedor contando todos los proyectos en los que ha fracasado. Las ideas que no pudo llevar a cabo, los errores de principiante. Y lo hace abiertamente porque no tiene reparo en aceptar que metió la pata. Se cierra el telón.
No hay pregunta sobre una posible película porque no se trata de introducir un film, aunque sí una situación más bien ficticia: “Hay poca gente que se atreva a hablar de sus fracasos, sobre todo si no tiene un caso de éxito al que hacer referencia”, asegura a Teknautas Christian Rodríguez, fundador de ByHours, una plataforma online y en formato app para reservar habitaciones de hotel por horas.
Rodríguez ha sido uno de los participantes de la segunda edición de las FuckUp Nights en Barcelona, un evento en el que los emprendedores sacan a la luz, con un toque de humor, los fiascos cosechados durante su carrera. La idea surgió en México hace tres años, pero se ha trasladado a cientos de ciudades por todo el mundo. En la capital catalana se han celebrado sólo dos encuentros, pero en Madrid han cumplido ya un año de vida.
“Mientras que en Estados Unidos tienen asumida la cultura del fracaso, en España tendemos a ocultarlo”, sostiene Rodríguez. A nadie le gusta equivocarse, pero es inevitable, sobre todo en el caso de personas inquietas. “En general hacemos poca autocrítica y tendemos a buscar excusas ajenas a nosotros para justificar el error”, añade.
A Alejandro Sánchez no le cuesta admitirlo: “Es cierto que he tenido muchos desengaños, pero me han servido para aprender y evolucionar profesionalmente”, asegura el fundador de la consultora Neurowork y creador de las herramientas Mobsyte y Ladderr.
Pese a que ha iniciado varios proyectos (algunos con éxito y otros no), Sánchez considera “el miedo a emprender” como uno de sus fallos. Y pone otros ejemplos, como el de su primera iniciativa. “Conseguimos unos ingresos importantes, pero no cumplió con las expectativas. No fui capaz de crear esa gran compañía que tenía en mente”, reconoce.
Un mundo de color de rosa
“Tendemos a valorar las cosas de una manera muy superficial o excesivamente positiva, poco científica”, sostiene Rodríguez. “Cuando nos dan una opinión negativa pensamos que no tienen ni idea, y si es positiva creemos que la otra persona siente tanta ilusión como nosotros”, pero, según su punto vista, sólo es un mecanismo de autoengaño.
Según Rodríguez, uno de los fallos más comunes es arrancar un proyecto creyendo “que lo sabes todo”. Esta idea puede empujar a cometer errores desde el inicio: “A quien empieza algo le gusta sentirse protagonista y evita rodearse de gente que sabe más, a veces por miedo a perder el control de la empresa”.
Él comenzó hace diez años con Spot Bus, una iniciativa basada en colocar pantallas en los autobuses urbanos donde, según su geolocalización, se mostraba publicidad de los negocios situados en la ruta. “Conseguí la concesión en una ciudad cercana a Barcelona para poder incorporar este canal de comunicación en los vehículos”, dice.
En el duro camino por el que pasa una startup: detectar y apartar a la gente tóxica del equipo puede ser la mejor palanca de crecimiento.
La idea parecía buena, pero algunas piezas no encajaron. “Me rodeé de un equipo de amigos, en vez de elegir socios”, afirma Rodríguez. “El segundo error fue no darme cuenta de que la tecnología no permitía aún desarrollar el producto”, prosigue. Pone como ejemplo el proveedor que eligió: una empresa que instalaba pantallas para DVD en coches, pero que nunca había trabajado en nada parecido a su propuesta. “Esto supuso una gran inversión en la que me ayudaron mis padres”, cuenta.
En su equipo tampoco consideraron una barrera el hecho de que los comercios locales no tuvieran anuncios que emitir en el canal, e idearon una solución que acabó convirtiéndose en otro lastre. “Generamos un grupo paralelo de producción para los vídeos, lo que significaba otro incremento de los costes”, dice.
Tus amigos no son inversores
La falta de experiencia no perdona, y cuando Chema Larrea comenzó a trabajar en su segunda aplicación no había aprendido “que para tirarse a la piscina, primero hay que comprobar que tiene agua”, asegura. Ya había pensado en una app para guardar entradas, pero pese a que todos sus amigos valoraban la idea, no consiguió que las empresas vendedoras quisieran utilizarla.
Esta vez lo intentaba con una herramienta para ligar. “Estuvimos un año desarrollando la aplicación, haciendo pruebas para conseguir la versión perfecta, pero nunca llegamos a lanzarla”, dice. La tercera, en su caso, ha sido la vencida. Larrea es uno de los fundadores de Qhaceshoy, una plataforma para comprar entradas de última hora con descuento.
“Saber decir basta es uno de los puntos más complicados, por orgullo, por no entender que no pasa nada por haberte equivocado y que va a servirte en el siguiente proyecto”, asegura Rodríguez.
El momento, dice, tarda en llegar, y el golpe depende del nivel de autoconvencimiento del emprendedor. “Cuando eres realista, cuesta menos si, pese a haber sido ambicioso, habías conservado un punto de escepticismo”, opina. Pero, incluso para los más comprometidos y cegados por la ilusión, “hay que saber perder”, concluye.